Al debilitarse se hacía piadoso. Pensaba en el juicio Final. Los orgullosos se justifican fácilmente; Valois no encontraba casi nada que reprocharse. En todas sus campañas, en todos los saqueos y matanzas que había ordenado, en todas las extorsiones que había hecho sufrir a las provincias conquistadas y liberadas por él, consideraba que había usado siempre sus poderes de jefe y príncipe. Sólo un recuerdo le causaba remordimiento, una sola acción le parecía el origen de su actual expiación, un solo nombre se detenía en los labios al hacer examen de su carrera: Marigny. Porque en realidad nunca había odiado a nadie, salvo a Marigny. A todos los otros que había atropellado, castigado, atormentado y enviado a la muerte, lo había hecho convencido de ser un bien general que él confundía con sus propias ambiciones. Pero con Marigny había sido un asunto de odio personal. Había mentido a sabiendas al acusar a Marigny, había prestado falso testimonio contra él, y había suscitado falsas deposiciones; no había retrocedido ante ninguna bajeza para enviar al antiguo primer ministro, coadjutor y rector del reino, más joven entonces que el ahora, a que se balancease en Montfaucon. Se había dejado llevar por el deseo de venganza, por el rencor que le producía ver, día tras día, que otro tenía en Francia mas poder que él.
Fragmento de los Reyes Malditos. La Loba de Francia.